El golpe de estado en Brasil contra el presidente Joao
Goulart inauguró una serie de golpes en los cuales los Estados Unidos
aparecieron directamente implicados.
El gobierno de Goulart había manifestado su voluntad por
erradicar las miserables condiciones en las que se encontraban miles de sus
compatriotas. Anunció el voto para los analfabetos y su intención de promulgar
una ley de reforma agraria.
El 31 de marzo de 1964 las fuerzas armadas derrocaban a
Goulart asumiendo el control total del país. El presidente Johnson se apresuró
dos días más tarde, el 2 de abril, a enviar a los militares "sus más
calurosos deseos", agregando que el pueblo norteamericano "había
observado con ansiedad las dificultades políticas y económicas atravesadas por
vuestra gran nación... Admiramos la voluntad decidida de la comunidad brasileña
por resolver estas dificultades en el marco de la democracia
constitucional...(¡sic!)".
Las convicciones democráticas de los militares brasileños se
expresaron en el curso de los años siguientes, desencadenando una brutal
represión contra los movimientos y partidos antidictatoriales.
Sólo en 1979 se darían los primeros pasos de retorno a un
régimen civil.
A comienzos de los años sesenta, el miedo al contagio y al
ejemplo cubano había llevado a los EEUU a apoyar todos los golpes militares a
lo largo y ancho del continente. Era el retorno del Big Stick.
En El Salvador una junta militar se apoderó del poder en
1961. En Guatemala el presidente Idígoras Fuentes fue tumbado por los militares
en marzo de 1963 y en Honduras el presidente Villeda, acusado de poca firmeza
frente a la subversión comunista, fue derrocado en octubre de ese mismo año.
En América del Sur los militares se apoderaban del poder en
Perú en julio de 1962 y el presidente ecuatoriano Otto Arosemena era derrocado
a su vez en julio de 1963, por "complacencia ante el castrismo". El
ejército boliviano se tomó el poder en noviembre de 1964 y en Argentina, el
general Onganía en junio de 1966.
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