Todas las voces y músicas de la Patria Grande

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lunes, 27 de marzo de 2017

La historia de Pablo Míguez, desaparecido de la ESMA cuando tenía catorce años



"NO SE SABÍA QUÉ HACER CON ÉL"

Era hijo de militantes políticos. Fue torturado delante de su madre porque ésta se negó a firmar la escritura de su casa. Estaba condenado porque "había visto demasiado". Ni los sicarios de la ESMA se atrevían a cumplir la condena. Está desaparecido.

Por Lila Pastoriza

La madrugada en que fue secuestrado --12 de mayo de 1977--, Pablo Míguez tenía 14 años. Un grupo operativo del Ejército fue a buscar a la madre y a su pareja, militantes del ERP, y se llevó a todos al centro clandestino de detención conocido como "El Vesubio", en el partido bonaerense de La Matanza. Allí comenzó para "Pablito", como lo llamaban en los campos, un derrotero de espanto e incertidumbre cuyo final se pierde en la noche y la niebla del silencio y la impunidad. Luego de unos meses en el Vesubio lo trasladaron al más alto de los altillos de la ESMA, que compartimos juntos. Después, no se sabe. Quizás estuvo un tiempo en la comisaría de Valentín Alsina. O tal vez la Marina ya lo había "trasladado" en uno de sus vuelos. Pablo nunca apareció. ¿Quién decidió su suerte? Era un menor. ¿No sería para el general Martín Balza un caso arquetípico entre los que él consideró "actos repudiables que comprometieron la imagen institucional"? Hemos logrado reconstruir retazos de su deambular por los centros clandestinos. Hasta la niebla, claro. ¿Qué hicieron con Pablo Míguez? Desde hace 21 años, las Fuerzas Armadas deben la respuesta.


Pedido de hábeas corpus presentado por el padre de Pablo en 1977 y rechazado por la Justicia. Derecha: certificado escolar.
Agosto del '77, Escuela de Mecánica de la Armada. En el ultimo piso del edificio donde funcionaba el Casino de Oficiales --"capuchita"--, uno de los guardias con mas tiempo en ese sitio trae a un prisionero "nuevo", le descubre la cabeza y comenta a otro: "mirá a lo que nos dedicamos ahora... 14 años tiene". Están frente a mi cucheta y sólo logro atisbar la mitad inferior de un cuerpito dentro de un holgadísimo pantalón rosado. Creí que era una chica. Pero no, era Pablo. Lo instalaron al lado mío y colocaron sobre sus ojos un "tabique" blanco (de los que tenían los que serían liberados). Al rato nomás, y aprovechando la "guardia buena", ya me había contado su historia, o al menos, la de los últimos tiempos.


Todo lo que él relató, a veces en detalle, lo fui corroborando luego, muchos años después, cuando supe que no había aparecido y comencé a rastrear, en los testimonios de sobrevivientes, su paso por los campos. Entonces descubrí que su historia había sido mucho más terrible y dolorosa que lo que sus palabras evocaban. Mucho más irresistible. Quizá por eso la contaba así.

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